Tocó al vidrio con fuerza, un viento ya conocido, ese que augura un cambio.
-¿Y después?, me preguntó atento -Una hoja, que parecía venir de ninguna parte, pero a la vez de todas.
-¿Y luego? -No mucho, solo mi mirada meditativa, casi absorta por esa ventana.
-¿En qué pensabas? -En todo y a la vez en nada. En los ires y venires de la vida que pasa y en el paso siguiente. En lo que fue y en lo que quería que fuera. En lo que quiero que sea y en el cuestionamiento si será.
-¿Qué pasó después? -Escuché una melodía que me transportó:
Bamboleo, bambolea
Porque mi vida, yo la prefiero vivir así
...No tienes perdón de Dios
Tú eres mi vida, la fortuna del destino
En el destino del desamparado
Lo mismo ya que ayer
Lo mismo soy yo...
-¿Qué te recordó? -Un musical en Londres, diez años atrás, viendo al enmascarado de mi infancia, de mis personajes favoritos, misterioso él, debatiéndose entre espadas y taconeos, bailando canciones andaluzas, interpretadas por los Reyes Gitanos.
-¿ Y después de eso? -Sonó la siguiente canción, de los mismos gitanos, fue una invitación a alzar mi vuelo:
Pienso que un sueño parecido no volverá más
Y me pintaba las manos y la cara de azul
Y de improvisto el viento rápido me llevó
Y me hizo a volar en el cielo infinito
Volaré, oh oh
Cantaré, oh oh oh oh...
-¿ Y al presente dónde lo dejaste?, me preguntó con determinación, entre aires de audacia y compasión.
Un silencio llenó el espacio, no supe qué responder. Miré para todos lados, y sólo alcancé a ver que la vocecita inquisidora se estaba quedando dormida. Pero mi regalo, mi presente, seguía ahí, intacto y con ganas de ser abierto. Ni un Bamboleo, ni un Volaré podrían reemplazarlo.
-Mañana será otro día, otra oportunidad para abrirlo, alcancé a susurrar. Buenas noches, Miguel.
Mis ojos se empezaban a cerrar también, mientras mi mente los arrullaba con un djoba:
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