Hace unos años, alguien me dijo que Dios es un caballero: 'Sólo llega cuando es llamado y sólo entra cuando es invitado'. Aquella conversación llegó a mí, como respuesta a los constantes cuestionamientos que he tenido sobre los límites entre libre el albedrío de los hombres y la voluntad de Dios.
En mi mente siempre inquieta, siembre inquisidora, los interrogantes sobre por qué Dios permite que pasen hechos o acontecimientos que no aportan a nuestro bien mayor, siempre han existido. Con los años, las vivencias y los aprendizajes, ese tema se ha ido aclarando, aunque siempre quedarán algunos pasillos mentales oscuros, que tal vez encuentren su luz en algún otro plano del alma.
El punto al que he llegado, tratando de conciliar mi discusión interna, es que la presencia de ese caballero en nuestra casa -nuestra vida- hace más fácil, tranquilo y feliz el camino que se nos ha trazado de forma única a cada uno, ese plan escrito en las estrellas; también llamado destino, misión o propósito.
Cuando el caballero no es invitado, generamos caos, retrasos y rutas alternas más dolorosas. Nos quedamos sin mapa, sin GPS, en un lugar desconocido. Sin embargo, lo más lindo de este gran caballero, es que aún sin ser invitado, vela porque no caigamos en caos y en dolor. Al no poder hacerse presente, envía amigos, mensajeros y señales para que no perdamos el norte. A veces, dispone también los mejores escenarios; ordena aquí y allá, genera oportunidades, situaciones, que vemos como coincidencias pero que en realidad son Diosidencias, esos pequeños milagros que llegan para que no nos apartemos del plan. Pero a pesar de todo esto, a veces las vendas del ego se pegan a nuestros ojos, los miedos y las dudas deciden no alejarse, impidiéndonos avanzar. Así, el libre albedrío, en una faceta rebelde, llega a dominar y al buen caballero no le queda más que esperar pacientemente un nuevo llamado o una nueva señal para entrar. Y sin in lugar a dudas, una vez que llega a nuestra casa, devuelve el orden, la claridad y la armonía que faltaban.
Ojalá tuviéramos siempre el suficiente discernimiento para elegir tener un caballero en casa, ¿verdad?
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